De acuerdo a lo anterior, es posible afirmar que el proceso de valoración es consustancial al ser humano, como lo es su racionalidad. Se trata, entonces, de una categoría antropológica. Por esta vía sostenemos que ninguna concepción de la educación y del proceso educativo puede prescindir de un fundamento axiológico. A su vez, los valores constituyen un elemento teleológico, pues su carácter de idealidad los convierte en fines de la educación. Así lo plantea, por ejemplo, el Informe Delors al afirmar que “frente a los numerosos desafíos del porvenir, la educación constituye un instrumento indispensable para que la humanidad pueda progresar hacia los ideales de paz, libertad y justicia social”. (DELORS: 1996). La educación se convierte, por tanto, en un medio tremendamente valioso, pero no en el sentido en que se aprecia un simple instrumento, cuyo valor se encuentra siempre fuera de sí, sino como el medio fundamental que hace posible que el ser humano pueda realizarse como persona en un sentido individual y social.
En la actualidad, los valores son estudiados por la Axiología, disciplina filosófica que se encarga de explicar su naturaleza y principales características. En ella, las nociones griegas de virtud y bien se recogen, especialmente, en los valores morales, que a su vez forman parte de una escala jerárquica en la cual tienen presencia los valores vitales, utilitarios, estéticos, intelectuales y religiosos.

Entrar en los problemas filosóficos que implican los valores, nos llevaría por derroteros metafísicos y epistemológicos que escapan al objetivo fundamental de nuestra exposición. Sin embargo, no podemos prescindir de una breve aproximación fenomenológica al respecto, debido a que la incorporación explícita e intencionada de los valores en el currículum escolar demuestra el reconocimiento de la relevancia que tiene la dimensión estimativa en el desarrollo personal y colectivo.

La fenomenología ocupa un lugar protagónico en la fundamentación y desarrollo de las ciencias humanas, algunas de la cuales son, a su vez, consideradas en los fundamentos de la educación y en la Pedagogía. En síntesis, podemos decir que el movimiento fenomenológico fundado por Edmund Husserl y continuado por muchos de sus discípulos y seguidores (Martín Heidegger, Max Scheler, Edith Stein, Maurice Merleau Ponty) es al mismo tiempo una filosofía y un método, cuyo objetivo es superar la consideración de las ciencias naturales como paradigma de las ciencias humanas, teniendo como consigna volver a las cosas mismas, en el sentido de describir nuestra experiencia pre-reflexiva del mundo, antes de cualquier tesis o teoría. Es la recuperación de la cotidianidad, de “este mundo antes del conocimiento del que el conocimiento habla siempre, y respecto del cual toda determinación científica es abstracta, signitiva y dependiente, como la geografía respecto del paisaje en el que aprendimos por primera vez qué era un bosque, un río o una pradera”.(MERLEAU-PONTY: 1985). Es el suelo nutricio de la experiencia vivida, antes que pensada; el mundo que vivenciamos a diario, en el cual la atribución y experiencia del valor es uno de sus momentos esenciales. Por ejemplo, un niño antes de ingresar al sistema educativo ha aprendido a valorar ciertas cosas, pudiendo decir que algo es bueno o malo, lindo o feo; es decir, ya es capaz de asignar valores, incluso de vivirlos y realizarlos. Esta experiencia debe ser ampliada y enriquecida por la escuela. HISTORIA.

Además de ser, las cosas y las acciones humanas valen. Quien realiza esta estimación y emite el correspondiente juicio de valor somos nosotros, proceso que implica nuestra no-indiferencia frente a la realidad. Junto con darnos cuenta de que las cosas existen y los acontecimientos ocurren, a través de la dimensión cognitiva de la conciencia, podemos pronunciarnos sobre su valor, mediante la dimensión estimativa de la misma. Al respecto, se hace necesario destacar que constatación y valoración son actos intencionales complementarios y en muchos casos inseparables, por lo que es posible afirmar que “como base de la atribución de valor se reconoce una consciencia constativa que da cuenta de los caracteres, estado y situación de las cosas juzgadas. Es el primer elemento cognoscitivo –a la vez perceptivo, imaginativo, mnemónico y conceptual- que hay que mencionar al describir la vivencia que nos ocupa”. (SALAZAR BONDY: 1971).

Determinar que los objetos naturales, culturales y las acciones humanas son dignos de estimación conlleva un elemento cognitivo. Pero el conocer que algo es bueno o malo no implica necesariamente aceptarlo o rechazarlo. Es aquí donde aparece la afectividad. Las emociones son elementos afectivos que se presentan en la mayoría de nuestras valoraciones. En ellas se cumple una tendencia o inclinación concreta, que rompe nuestro equilibrio homeostático, siendo normalmente acompañadas por expresiones corporales diversas. Sin embargo, no debemos identificar la experiencia del valor con ellas, pues un estado emocional nos puede llevar a rechazar un valor y aceptar su contrario. Además, ciertos estados emocionales pueden ser objeto de juicios valorativos, al decir, por ejemplo, que la alegría y el amor son buenos, o la ira y el odio son malos. Esto último también lo podemos plantear con respecto a los contenidos conceptuales; por ejemplo, cuando un profesor no logra transmitir el valor que tiene un determinado contenido curricular del ámbito cognitivo, puede provocar actitudes de rechazo o indiferencia, haciendo que los estudiantes no lo valoren, por más que el docente anuncie que el contenido es muy importante.

Ya Max Scheler nos hablaba de una intuición emocional de los valores. Hoy hablamos de inteligencia y de educación emocional, reconociendo la gran importancia que tiene la afectividad en el desarrollo psicológico, social, moral e intelectual. En esta dirección “las investigaciones recientes sobre el cerebro emocional han confirmado las relaciones entre las emociones y las habilidades cognitivas generales del alumno, algo que, por otra parte, los maestros ya constataban en su acción pedagógica. La competencia emocional incluye el autocontrol, la compasión, la capacidad de resolver conflictos, la sensibilidad hacia los otros y la cooperación”. (MARCHESI: 2006).
Dentro del pensamiento filosófico occidental, la temática de los valores aparece ya en la Grecia Clásica, principalmente en Sócrates, Platón y Aristóteles, quienes reflexionan sobre las ideas de virtud y bien. En contraposición a los sofistas, Sócrates plantea que la virtud puede ser conocida objetivamente, tesis que su principal discípulo profundiza y lleva a la práctica en la Academia, institución que además de cultivar los saberes esenciales, tenía un claro propósito político-social: preparar a los futuros participantes en los asuntos de la polis, asumiendo como inspiración fundamental el ideal del sabio; es decir, aquel ser humano que reúne e integra armónicamente la teoría y la práctica en su vida pública y privada, cuyo modelo Platón encuentra realizado en su maestro. Aristóteles sigue esta senda, llegando a exponer magistralmente la inseparable unión entre política y ética en varias de sus obras. En una de ellas nos dice que “en política no es posible cosa alguna sin estar dotados de ciertas cualidades; quiero decir, sin ser hombre de bien. Pero ser hombre de bien equivale a tener virtudes; y, por tanto, si en política se quiere hacer algo, es preciso ser moralmente virtuoso”. (GRAN MORAL: L1, 1a)

De acuerdo a lo anterior, según la filosofía política clásica, fundada por los referidos filósofos, hay una relación intrínseca, esencial entre política y ética, en la que se destacan virtudes como la prudencia, la justicia, la honestidad y la templaza.

En términos griegos, la educación es una de las actividades más relevantes de la polis, por lo cual podemos inferir que su relación con la virtud y el bien, este último como perfección y como fin, es también íntima y profunda. Esta proximidad es evidente en el ámbito de los fundamentos, de los fines, de las políticas educativas y de los Objetivos Fundamentales Transversales, incluidos en los últimos Marcos Curriculares de Pre-Básica, Básica y Media, pero se hace compleja y difusa en los niveles más operativos de la gestión escolar y del trabajo en el aula.
Es posible considerar que el lenguaje, en sus diversas manifestaciones, es una realidad transversal, pues está presente en la mayoría de las actividades humanas. Ya sea de manera hablada, escrita, gestual o simbólica; en su forma cotidiana, literaria, técnica o científica, el lenguaje nos rodea, nos envuelve y configura un mundo de significaciones que se inicia en nosotros, pero que una vez constituido nos sobrepasa como si asumiera un ser propio e independiente. Expresiones como “no lo quise decir”, “se me escapó”, “se me salió”, “fue una traición del lenguaje”, entre otras, ponen en evidencia este singular ser del lenguaje.

Como una facultad humana general, el lenguaje y el proceso comunicativo en el cual se concreta, conforman naturalmente un ámbito de sentido, un repertorio abierto de posibilidades de las cuales nos podemos valer para emitir diversos mensajes, bajo una intención comunicativa predominante. No existe la no-comunicación, pues siempre estamos comunicando algo, incluso en el más absoluto silencio. Pero existe la no-información, como cuando decimos que no estamos al tanto sobre tal acontecimiento. La información es algo así como la comunicación convertida en artículo de mercado, en entidad económica. En la comunicación prevalece un vínculo interhumano; en la información predomina el aspecto utilitario. Incluso la información puede ser comprada o vendida.

El quehacer educativo es, precisamente, un ámbito comunicacional, un proceso interhumano donde el conocimiento, las destrezas, las habilidades y la información son transferidas mediante actos de lenguaje.

Sea cual sea la disciplina que se esté compartiendo*, ella siempre implicará un determinado lenguaje, con su propio vocabulario técnico. Sin embargo, el proceso enseñanza-aprendizaje se realiza sobre la base de una lengua común, con sus diversos factores y funciones. Es por esto que considero, desde mi sencilla opinión, que todo docente debe contar con las nociones básicas que le permitan conocer y dimensionar la realidad del lenguaje, que está a la base de su práctica pedagógica específica y de las relaciones humanas que ella implica.
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* De acuerdo al enfoque sico-social del aprendizaje y a mi visión del proceso E-A como un ámbito comunicacional que se fundamenta en una relación interhumana, prefiero el término compartir en lugar de impartir.

El verdadero sentido de la filosofía se descubre filosofando, aunque a veces no nos demos cuenta. Pero el filosofar requiere de ciertas condiciones que es necesario crear o más bien recrear.
El asombro, la duda, la situación difícil y el dilema moral son experiencias que todos los seres humanos vivimos de alguna u otra manera, con mayor o menor intensidad. Estas situaciones se presentan tarde o temprano en nuestra existencia, independiente del momento o del lugar. Ciertamente, pueden ocurrir en la casa, en una fiesta, en el trabajo, en una conversación, en el colegio, ante la belleza del paisaje o ante el nacimiento de una nueva vida. ¡Qué admirable prodigio es el nacimiento de la vida! ¡Qué admirable es el acto justo! ¡Qué admirable es la generosidad!

Pues bien, de acuerdo a lo anterior los invito a asombrarse, a dudar, a criticar, a evaluar su propia conducta, pero no para quedar atrapados en estas acciones, sino para ir elaborando poco a poco un proyecto de vida en el que los ideales y valores más nobles tengan un lugar primordial.

La situación personal de cada cual puede ser extremadamente difícil para lograr lo anterior o también puede ser que contemos con todo, pero que no nos percatemos o no le saquemos el debido provecho. En ambos casos, es necesario decir que el establecer y realizar una vida propiamente humana en un mundo como el nuestro, no es una tarea fácil. Las prioridades están puesta muchas veces en lograr un bienestar material, muy legítimo, por cierto, pero que al final no da respuestas a la inquietudes y necesidades más profundas del ser humano. En estos momentos recuerdo a Aristóteles cuando se pregunta por la esencia de la felicidad humana. Para algunos, dice, la felicidad radica en las riquezas, en el éxito; para otros, en el poder, en el placer. Es decir habría muchas felicidades. Pero, ¿cuál es la felicidad verdadera y propia del ser humano? Importante pregunta; quizás tú tengas una respuesta, o no. Sin embargo, si queremos ser felices, alguna idea deberemos tener de la felicidad, ¿no te parece?

Las respuestas filosóficas siempre se dan dentro de los límites de la razón, aunque debemos reconocer, desde ya, que los motivos de las preguntas nacen de la totalidad del ser humano y muy especialmente de su afectividad, de su intuición, de sus sentimientos y emociones.

En principio, entonces, la puerta de la filosofía está abierta a todo ser humano. Las llaves están precisamente en aquellas condiciones que hemos mencionado. Pero el filosofar requiere, además, ser expresado, ser comunicado, lo que se logra mediante un adecuado uso del lenguaje, ya sea en forma de descripción, argumentación, narración o diálogo. Esto es lo que han hecho los filósofos, por lo cual sus pensamientos se encuentran en una forma escrita (a excepción de Sócrates) que es necesario descifrar o entender.
Hay quienes no hacen mayores distinciones entre estas nociones, tendiendo incluso a incluir la gestión dentro de la administración. No se trata, entonces, de conceptos excluyentes. Sin embargo, es posible establecer algunas diferencias importantes, especialmente en el ámbito educativo.

Históricamente ha prevalecido un enfoque administrativo de la organización escolar, bajo la fuerte influencia de la teoría administrativa, especialmente aquella de carácter normativo y burocrático. En este sentido, administrar implica “la existencia de un grupo de acciones homólogas que se realizan racionalmente de la misma forma en una oficina de correo, en una empresa industrial o en un servicio de salud. Se trata de las acciones denominadas de administración general: planeamiento; confección de los programas operativos para cada unidad; distribución de los recursos materiales y humanos según las posibilidades y necesidades; control del funcionamiento de los servicios; documentación y archivo de las decisiones en expedientes, carpetas y depósitos; control de los horarios y de faltas del personal”1. Obviamente, la organización escolar requiere de este tipo de acciones. Sin embargo,no son lo esencial.

Por su parte, desde sólo hace dos décadas se viene hablando de gestionar las instituciones y sistemas educativos. Así, el término que aludía sólo a una acción administrativa, pasa a tener protagonismo, pues la “transformación en la que estamos inmersos nos impone transitar desde un presente modelo de administración escolar muy enraizado en el pasado, hacia un modelo presente lanzado hacia el futuro, aunque muchas veces parezca sólo un deseo: la gestión educativa estratégica”2. No se trata, por tanto, sólo de una cuestión terminológica, sino de una verdadera filosofía de cómo hoy en día deben funcionar los establecimientos educacionales. De aquí que me parece muy pertinente la definición de gestión que la concibe como “un saber de síntesis capaz de ligar conocimiento y acción, ética y eficacia, política y administración en procesos que tienden al mejoramiento continuo de las prácticas educativas; a la exploración y explotación de todas las posibilidades; y a la innovación permanente como proceso sistemático”3. Es decir, ahora administrar es una acción dentro del contexto mayor que es gestionar. Desde aquí, también podemos afirmar que mientras administrar consiste más en mantener, en conservar y mejorar en uso de los recursos que se tiene; gestionar es una actitud global, sistémica e integradora de todos los elementos y procesos de la institución, que siempre busca el mejoramiento mediante la implementación de cambios e innovaciones.
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1. UNESCO, IIPE: “Gestión Educativa Estratégica”, en Diez Módulos destinados a los responsables de los procesos de transformación educativa, Buenos Aires, 2000, página 9.
2 Idem, página 16.
3 Idem, página 17.
Quisiera compartir algunas reflexiones sobre uno de los aspectos más complejos de la gestión escolar: la convivencia. Complejo, pues está determinado fundamentalmente por factores subjetivos, especialmente emocionales, que la mayoría de las veces no sabemos asumir correctamente como elementos de gestión, en lo que se suele llamar clima organizacional.

Pues bien, creo que uno de los aspectos más relevantes en este ámbito se refiere al lenguaje y las comunicaciones. Aquí es mucho lo que tenemos que aprender en lo teórico, pero esencialmente en lo práctico, en el ámbito de la cotidianidad de la escuela o liceo.

El contenido del mensaje es importante, pero la forma; igual o más, en especial cuando se trata de comunicaciones habladas y kinestésicas.

Espero que todos podamos compartir algo al respecto.
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