Dentro del pensamiento filosófico occidental, la temática de los valores aparece ya en la Grecia Clásica, principalmente en Sócrates, Platón y Aristóteles, quienes reflexionan sobre las ideas de virtud y bien. En contraposición a los sofistas, Sócrates plantea que la virtud puede ser conocida objetivamente, tesis que su principal discípulo profundiza y lleva a la práctica en la Academia, institución que además de cultivar los saberes esenciales, tenía un claro propósito político-social: preparar a los futuros participantes en los asuntos de la polis, asumiendo como inspiración fundamental el ideal del sabio; es decir, aquel ser humano que reúne e integra armónicamente la teoría y la práctica en su vida pública y privada, cuyo modelo Platón encuentra realizado en su maestro. Aristóteles sigue esta senda, llegando a exponer magistralmente la inseparable unión entre política y ética en varias de sus obras. En una de ellas nos dice que “en política no es posible cosa alguna sin estar dotados de ciertas cualidades; quiero decir, sin ser hombre de bien. Pero ser hombre de bien equivale a tener virtudes; y, por tanto, si en política se quiere hacer algo, es preciso ser moralmente virtuoso”. (GRAN MORAL: L1, 1a)

De acuerdo a lo anterior, según la filosofía política clásica, fundada por los referidos filósofos, hay una relación intrínseca, esencial entre política y ética, en la que se destacan virtudes como la prudencia, la justicia, la honestidad y la templaza.

En términos griegos, la educación es una de las actividades más relevantes de la polis, por lo cual podemos inferir que su relación con la virtud y el bien, este último como perfección y como fin, es también íntima y profunda. Esta proximidad es evidente en el ámbito de los fundamentos, de los fines, de las políticas educativas y de los Objetivos Fundamentales Transversales, incluidos en los últimos Marcos Curriculares de Pre-Básica, Básica y Media, pero se hace compleja y difusa en los niveles más operativos de la gestión escolar y del trabajo en el aula.

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