En la actualidad, los valores son estudiados por la Axiología, disciplina filosófica que se encarga de explicar su naturaleza y principales características. En ella, las nociones griegas de virtud y bien se recogen, especialmente, en los valores morales, que a su vez forman parte de una escala jerárquica en la cual tienen presencia los valores vitales, utilitarios, estéticos, intelectuales y religiosos.

Entrar en los problemas filosóficos que implican los valores, nos llevaría por derroteros metafísicos y epistemológicos que escapan al objetivo fundamental de nuestra exposición. Sin embargo, no podemos prescindir de una breve aproximación fenomenológica al respecto, debido a que la incorporación explícita e intencionada de los valores en el currículum escolar demuestra el reconocimiento de la relevancia que tiene la dimensión estimativa en el desarrollo personal y colectivo.

La fenomenología ocupa un lugar protagónico en la fundamentación y desarrollo de las ciencias humanas, algunas de la cuales son, a su vez, consideradas en los fundamentos de la educación y en la Pedagogía. En síntesis, podemos decir que el movimiento fenomenológico fundado por Edmund Husserl y continuado por muchos de sus discípulos y seguidores (Martín Heidegger, Max Scheler, Edith Stein, Maurice Merleau Ponty) es al mismo tiempo una filosofía y un método, cuyo objetivo es superar la consideración de las ciencias naturales como paradigma de las ciencias humanas, teniendo como consigna volver a las cosas mismas, en el sentido de describir nuestra experiencia pre-reflexiva del mundo, antes de cualquier tesis o teoría. Es la recuperación de la cotidianidad, de “este mundo antes del conocimiento del que el conocimiento habla siempre, y respecto del cual toda determinación científica es abstracta, signitiva y dependiente, como la geografía respecto del paisaje en el que aprendimos por primera vez qué era un bosque, un río o una pradera”.(MERLEAU-PONTY: 1985). Es el suelo nutricio de la experiencia vivida, antes que pensada; el mundo que vivenciamos a diario, en el cual la atribución y experiencia del valor es uno de sus momentos esenciales. Por ejemplo, un niño antes de ingresar al sistema educativo ha aprendido a valorar ciertas cosas, pudiendo decir que algo es bueno o malo, lindo o feo; es decir, ya es capaz de asignar valores, incluso de vivirlos y realizarlos. Esta experiencia debe ser ampliada y enriquecida por la escuela. HISTORIA.

Además de ser, las cosas y las acciones humanas valen. Quien realiza esta estimación y emite el correspondiente juicio de valor somos nosotros, proceso que implica nuestra no-indiferencia frente a la realidad. Junto con darnos cuenta de que las cosas existen y los acontecimientos ocurren, a través de la dimensión cognitiva de la conciencia, podemos pronunciarnos sobre su valor, mediante la dimensión estimativa de la misma. Al respecto, se hace necesario destacar que constatación y valoración son actos intencionales complementarios y en muchos casos inseparables, por lo que es posible afirmar que “como base de la atribución de valor se reconoce una consciencia constativa que da cuenta de los caracteres, estado y situación de las cosas juzgadas. Es el primer elemento cognoscitivo –a la vez perceptivo, imaginativo, mnemónico y conceptual- que hay que mencionar al describir la vivencia que nos ocupa”. (SALAZAR BONDY: 1971).

Determinar que los objetos naturales, culturales y las acciones humanas son dignos de estimación conlleva un elemento cognitivo. Pero el conocer que algo es bueno o malo no implica necesariamente aceptarlo o rechazarlo. Es aquí donde aparece la afectividad. Las emociones son elementos afectivos que se presentan en la mayoría de nuestras valoraciones. En ellas se cumple una tendencia o inclinación concreta, que rompe nuestro equilibrio homeostático, siendo normalmente acompañadas por expresiones corporales diversas. Sin embargo, no debemos identificar la experiencia del valor con ellas, pues un estado emocional nos puede llevar a rechazar un valor y aceptar su contrario. Además, ciertos estados emocionales pueden ser objeto de juicios valorativos, al decir, por ejemplo, que la alegría y el amor son buenos, o la ira y el odio son malos. Esto último también lo podemos plantear con respecto a los contenidos conceptuales; por ejemplo, cuando un profesor no logra transmitir el valor que tiene un determinado contenido curricular del ámbito cognitivo, puede provocar actitudes de rechazo o indiferencia, haciendo que los estudiantes no lo valoren, por más que el docente anuncie que el contenido es muy importante.

Ya Max Scheler nos hablaba de una intuición emocional de los valores. Hoy hablamos de inteligencia y de educación emocional, reconociendo la gran importancia que tiene la afectividad en el desarrollo psicológico, social, moral e intelectual. En esta dirección “las investigaciones recientes sobre el cerebro emocional han confirmado las relaciones entre las emociones y las habilidades cognitivas generales del alumno, algo que, por otra parte, los maestros ya constataban en su acción pedagógica. La competencia emocional incluye el autocontrol, la compasión, la capacidad de resolver conflictos, la sensibilidad hacia los otros y la cooperación”. (MARCHESI: 2006).

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